Sin “z” no hay PAZ

El denominado Informe Delors, publicado en 1996 por encargo de la Unesco bajo el título “La educación encierra un tesoro” nos dice que “la educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, hacer fructificar todos sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal”. Para ello, este informe determina que la educación debe sostenerse en cuatro pilares: “aprender a conocer, aprender a ser, aprender a vivir juntos y aprender a hacer”. Mucho se ha avanzado desde entonces, pero queda camino por recorrer. En este artículo nos vamos a centrar en el aprender a vivir juntos, más en concreto, a aprender a convivir con la diferencia.
Aún hoy, en algunos claustros, escuchamos afirmaciones del tipo “este alumno no es para este centro”. La respuesta que ofrecemos desde los Departamentos de Orientación es clara: la escuela es el lugar donde todas las personas, con sus diferentes capacidades y aptitudes, tienen cabida y donde todas deben desarrollar al máximo sus cualidades para poder realizar su proyecto personal.
En el aula cada vez se encuentran más alumnos con “siglas”. Esas siglas que tanto usamos los orientadores y que tanto lían a los profesores: DA, TDAH, TEA, TEL… y que se encuadran en diferentes categorías: acnee, acneae, ace…. Detrás de cada sigla, de cada diagnóstico, de cada categoría, siempre hay una persona. Y cada persona es diferente. ¿Acaso hay dos TEA iguales? No, no lo son, igual que dos alumnos sin diagnóstico tampoco lo son. Porque lo que marca diferencia no es el diagnóstico, sino la persona.
Volviendo al título de este artículo, al igual que ocurre con las letras del diccionario, en una escuela todos somos necesarios, importantes y únicos. Para escribir la palabra PAZ, por ejemplo, tan necesaria es la letra A, la primera del abecedario, la que más se ve, la que abre el camino a los demás, que la Z, la última, la que cierra, la número 27. En medio hay veintiséis letras más que, sin ellas, no se podría escribir.
En la escuela pasa algo similar. En un aula vamos a encontrar alumnos que serán los primeros en matemáticas o en idiomas, pero nosotros debemos educar para todos: para éstos y para los que tienen algún diagnóstico, para los que brillan en otras disciplinas como la música, el arte o el deporte y para los que se asemejan más al alumno “convencional”, al “fácil”… Esta es la clave de la inclusión en el aula, es la clave del “aprender a vivir juntos”: conocer y comprender la diferencia, para respetarla y aceptarla. La gran riqueza que tiene la diversidad, y que constatamos en muchos centros escolares, es que aporta a nuestros alumnos un grado extra de humanidad. Y esa humanidad no se puede lograr si no es compartiendo vida con personas diferentes.
Lo único que se necesita es lo mismo que se necesita para escribir bien con las letras del abecedario, querer trabajar por una inclusión real, siempre teniendo como máxima que todos los alumnos se sientan respetados, aceptados y acogidos en el aula.
Porque en nuestra sociedad, igual que en el abecedario, todos tenemos cabida y todos tenemos algo que aportar. Somos como las letras del alfabeto, todos tenemos hueco y somos necesarios.
Y no olvidemos, sin Z no hay PAZ.
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