• La silla de Marañón

La silla de Marañón

La silla de Marañón

Gregorio Marañon y Posadillo fue unos de los médicos más brillantes del siglo pasado. Investigador, científico, académico, escritor e intelectual, combinó todas estas destrezas con su pasión por la medicina. Así, se le considera el padre de la endocrinología por sus investigaciones en este campo. Apasionado por la psicología, inició también la medicina psicosomática. Pero, sobre todo, Marañón era un humanista y así fue considerado en su época: el primer médico capaz de incorporar la visión humana de la persona en la medicina.    

Entendía su profesión no sólo como ciencia, sino también como una oportunidad de encuentro directo con un ser humano que sufre. Así, defendía que hablar con el paciente, escuchar cómo está viviendo la enfermedad y qué síntomas tenía, le ofrecía una información tan importante para su diagnóstico y medicación como cualquier otra prueba realizada por un aparato de rayos X. Entendió que separar al enfermo de la enfermedad no tenía sentido, ya que todos vivían y sentían las cosas de diferente manera. De ahí la importancia de acercarse a la persona como ser que sufre y no como alguien que tiene una enfermedad. Esta diferencia marcó un antes y un después en la medicina. Sólo alguien que entiende así la enfermedad podría hacer esta afirmación: “La felicidad es un sentimiento fundamentalmente negativo: la ausencia de dolor”. 

Una vez un periodista le pregunto: “Doctor, ¿cuál es la innovación médica más importante de los últimos años?” Marañón se quedó un tiempo pensativo y respondió: “La silla. La silla es la mayor innovación en medicina porque nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo”. Defendió que escuchar al paciente era fundamental para poder hacer un diagnóstico certero. La importancia de la silla cobró especial relevancia ya que, en ese momento, la introducción de la tecnología en la medicina provocó que ésta pasara a un primer plano, dejando el hecho de atender a la persona como algo antiguo y obsoleto. 

Casi un siglo después, y tras una revolución tecnológica mucho más fuerte, incrementada y potenciada después de la pandemia, es importante que todos aquellos que trabajamos con personas, especialmente los educadores, nos preguntemos:  

Con respecto a mis alumnos, ¿a cuántos he sentado en “esa silla” para escuchar de primera mano cómo se siente en clase? ¿Con cuántos he tenido encuentros en el tú a tú para saber cómo está viviendo el curso? ¿He dedicado tiempo a todos o sólo a aquellos que tenían más dificultades académicas y personales? 

Quizá con los alumnos, con los que tenemos un trato diario y directo, esto ha sido más habitual. Pero, ¿con las familias? Tras la pandemia muchos encuentros han sido telefónicos o virtuales. ¿Recibo el mismo feedback en una llamada que en un encuentro personal? ¿Las familias con las que trabajo se sienten atendidas y escuchadas por mí? 

Si bien la tecnología nos facilita las cosas, nos “ahorra” tiempo y nos favorece poder comunicarnos de forma más ágil, ¿seguro que nos aporta la misma información que el encuentro directo con el otro? Quizá es momento de volver a plantearnos en los centros educativos la necesidad de innovar como lo hizo Marañón: con una silla. 

 

Blanca Nieto Rico. 

Orientadora escolar. 

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