• El arte de no juzgar

El arte de no juzgar

El arte de no juzgar

Cada día nos encontramos en los Departamentos de Orientación con familias, adolescentes o niños que acuden a nosotros pasando un mal momento, perdidos o sufriendo. En el caso de los alumnos, no siempre vienen directamente, sino a consecuencia de alguna situación concreta: un número alto de suspensos, faltas reiteradas de disciplina, conflictos con otros compañeros, etc. En esos momentos, nuestro trabajo nos permite encontrarnos con personas en un estado alto de vulnerabilidad, personas que nos están mostrando una parte de su dificultad, pero de las que desconocemos todas sus circunstancias.

Hace unos meses un antiguo alumno nos dio una lección muy importante a un grupo de profesores. Nos hablaba de la importancia de no juzgar al otro, de tener claro que no siempre nos conocemos a nosotros mismos y cómo podemos llegar a juzgar a los que nos acompañan. Y es que, a veces, en los claustros tendemos a valorar las situaciones sin conocer la realidad. Frases como: “este alumno no trabaja lo suficiente” o “esta familia no está tan presente como debería” se oyen más veces de las que uno querría.

En nuestro caso, como profesionales de la orientación nuestro trabajo no es juzgar, es acompañar, orientar, guiar, acoger y entender a la otra persona desde su realidad, o volviendo al título del artículo, desde sus circunstancias. Así, cuando recibimos a una familia, un joven o un adulto que está en situación de sufrimiento, hay que preparar ese encuentro con pies descalzos porque no sabemos si el suelo que vas a encontrar está lleno de cristales o de algodones. El objetivo del encuentro siempre es ayudar al otro, no hacer más grande su herida.

Para llevar a cabo esta labor de acompañamiento os ofrezco algunos consejos que, como orientadora, intento tener presente en las entrevistas personales:

  • Respetar siempre el momento en el que está la otra persona. Intentar entender qué le ha llevado a estar ahí y a vivir la situación desde esa perspectiva.
  • Tener la mente abierta para poder entender su realidad, para ver la vida con sus gafas y ver el mundo desde su perspectiva.
  • Recordar que hay ocasiones en las que el otro no necesita nada más que tener un espacio donde poder ser él mismo, donde sentirse protegido y seguro. Y ese lugar, en los centros escolares, puede ser el departamento de orientación.
  • Evitar dar lecciones o consejos descontextualizados. En vez de eso, formular preguntas que ayude al otro en su reflexión personal. Nuestra labor es orientar y acompañar, no dar recetarios. De ahí la importancia de evitar acercarte al otro dese una posición de superioridad.
  • Cuidar el lenguaje no verbal y mantener el contacto visual. A veces no hace falta hablar, sólo estar, mirar, escuchar y atender.
  • Evitar interrumpir al otro cuando habla. Si hay que hacerlo, intentar que sea a través de preguntas sencillas que ayuden a aclarar o ampliar la información.
  • Validar sus emociones para establecer contacto emocional con la otra persona. Si aceptamos que lo que la otra persona está sintiendo está bien, ella no se sentirá juzgada.
  • Reformular de vez en cuando el discurso para conectar y confirmar que estás entendiendo su postura.

Termino con una reflexión de Paulo Coelho que debería ser la clave de nuestra labor educativa: “Nunca podemos juzgar la vida de los demás, porque cada uno sabe de su propio dolor y de su propia renuncia. Una cosa es suponer que uno está en el camino cierto; otra es suponer que ese camino es el único”.

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